En el mundo de la televisión privada, la Publicidad es el elemento más importante e indispensable para todas las cadenas. Gracias a las empresas inversoras que contratan sus anuncios en determinadas franjas horarias y programas, las cadenas ganan más o menos dinero para invertirlo en la creación de espacios televisivos. A más audiencia, más publicidad, más inversión económica y, por consiguiente, más longevo será el programa o serie en cuestión y más posibilidades tiene, no sólo de aumentar su tiempo de emisión, sino de ampliar su calidad y contenidos.

Por este motivo, las principales cadenas de televisión privada compiten, diariamente, por aumentar sus cifras de share (porcentaje de audiencia) para así conseguir más anunciantes y completar con mayor éxito el ciclo televisivo-económico antes mencionado. Y, en cierto modo, es normal y comprensible que cada casa quiera conseguir el mayor porcentaje de share posible, por encima de sus competidores directos.

Pero, ¿qué ocurre cuando esa lucha deja de ser algo interno y pasa a ser una batalla campal entre directivos de cadenas que acaba perjudicando directamente al televidente? No es la primera vez, ni la segunda, ni la tercera que alguna cadena programa equis programa para equis día a equis hora; posteriormente su competidor directo programa un peso pesado de su parrilla televisiva en exactamente la misma franja. Ante esa situación, la primera cadena contraprograma su emisión en otro día diferente o aveces, incluso, cancela de un día para otro el estreno del espacio dejando su fecha de lanzamiento en el aire.

Esto perjudica y ataca directamente a la audiencia, que es la que, al fin y al cabo, no puede seguir la emisión del programa o serie en cuestión porque cada semana lo emplazan a un día y horario diferente. La situación llega a tal punto que el televidente termina por cansarse de la situación y pierde el interés. Para colmo, también está el caso en el que, debido a esa lucha, las cadenas programan para un mismo día todos sus platos fuertes y luego nos encontramos con que, al día siguiente, o el anterior, no emiten nada decente que valga la pena ver, consiguiendo todas las cadenas datos pobres de audiencia.

¿No sería mejor hacer un fair play y no pelear tanto por el share? A fin de cuentas, si la cadena A emite su plato fuerte un día y la cadena B emite el suyo al día siguiente, ambas cadenas obtendrán buenas cuotas de share, con posibilidades de que sus programas dispongan de una mayor vida en la parrilla televisiva. En cambio, si se empeñan en competir, dicho share estará compartido el día “fuerte” y será bajo el día donde no emitan nada que atraiga a la audiencia, lo que acabará con la cancelación de uno o ambos espacios y la pérdida de toda la inversión que se había hecho.

Deberían darse cuenta de que, como diría cierto presentador de televisión, “la audiencia es dueña y soberana y se hace el moño donde le da la gana” y no es bueno morder la mano que te da de comer. Ya se comprobó en su día que, actualmente, la audiencia tiene una fueza espectacular a la hora de encumbrar o derribar determinados programas (como prueba, la desaparición de La Noria, en TeleCinco, provocada por la huida en masa de todos sus anunciantes después de que la audiencia, mediante las redes sociales, pusiera el grito en el cielo con uno de sus contenidos). Por ello creo que los directivos de todas las cadenas privadas deberían centrarse, dejar de pensar en el “todo vale” y empezar a mirar más por las personas que están detrás de la pantalla y con las que juegan a diario. Deberían darse cuenta de que las empresas dueñas de las cadenas de televisión son negocios, son rivales, pero la audiencia no debe ni tiene por qué elegir un sólo canal para serle fiel; debe poder decidir y elegir lo que quiere ver, sin tener que perderse un programa favorito en favor de otro y, sobretodo, debe ser tratada con respeto.